Hoy como ayer

18 JUl.09
Una de las principales características del atraso, en toda clase de actividades, es la de andar echando la culpa a alguien de todo lo que nos sucede, en lugar de buscar las soluciones más adecuadas. Por eso muchas personas prefieren quedarse calladas para pasar inadvertidas.
Para festejar los doscientos años de la revolución libertadora de América, el presidente del Estado Plurinacional ha decidido echar la culpa la iglesia de los males que afligen a la sociedad del siglo XX en los países atrasados y en particular en el nuestro.
Sin embargo, antes de hacer semejantes acusaciones, sería importante que nuestras autoridades le den una pequeña hojeada a la historia, para asegurarse de que lo que han de decir guarde relación con la realidad, para no correr el riesgo de tener que arrepentirse.
Si bien es cierto que la colonia trajo explotación para los pueblos de América, vale la pena ver qué es lo que aconteció anteriormente.
Luego de la desaparición de la cultura tiahuanacota, por causas desconocidas, aparecieron en la región altiplánica algunos pueblos aislados que conocemos como los señoríos aymaras y que eran una especie de republiquetas sin ninguna relación entre ellos ya que se encontraban aislados por la inmensidad del altiplano, en pequeños valles o en las proximidades de los ríos y los lagos.
Alrededor del siglo XIV surgió el imperio incaico, con una organización tal que le permitió un crecimiento relativamente rápido. En la fase de expansión del imperio, los incas llegaron hasta los lugares habitados por lo señoríos aymaras y lejos de intentar incorporarlos en su cultura, los dejaron aislados en una de las cuatro regiones del imperio, la del Kollasuyo.
A la llegada de los españoles, las rivalidades entre los herederos del inca facilitaron la caída del imperio incaico y sus habitantes fueron esclavizados, la medida abarcó a los aymaras ante la necesidad de brazos para la explotación de las minas y tal vez ambos hubieran terminado exterminados en el trabajo a no ser la intervención de un sacerdote, Fray Bartolomé de las Casas que asumió la defensa de los indígenas ante las autoridades españolas. La presencia de la iglesia se advirtió en muchas otras situaciones, pero preferimos quedarnos con unas cuantas en forma puntual.
La situación no se dio sólo en el altiplano, tal vez con mayor intensidad se dio en el oriente, donde los indígenas eran capturados y vendidos como esclavos, los encargados del tráfico obtenían autorización de la corona para tener derecho a explotar determinados lugares y evitar fricciones entre ellos. Se trataba de “estradas” sendas abiertas en el monte para sorprender a los nativos y llevarlos a los centros poblados para venderlos como esclavos.
Tal vez hubieran corrido la misma suerte de los indigieras de Norteamérica, que en buena parte fueron exterminados, si no hubiera sido otra vez la presencia de la iglesia, esta vez de los Jesuitas, que terminaron siendo expulsados de América, precisamente por oponerse a la explotación de esclavos en el limite entre los territorio de explotación de españoles y portugueses, por determinación de esos gobiernos.
Hoy quinientos años después, la presencia de la iglesia vuelve a incomodar a quienes tratan de utilizar a los nativos en su beneficio y ella como antes repite su discurso de amor y convivencia.

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